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Balbino Comella Álvarez (1830 – 1890) Capitán del Ejército de Coquimbo en la revolución de 1851

Rememorar la Revolución Constituyente en su sesquicentenario no sólo implica recordar los hechos de armas gloriosos de Los Loros y Cerro Grande, sino también rescatar del olvido aquellos hijos ilustres de esta zona que jugaron un papel trascendental en los principales acontecimientos ocurridos en esta provincia a mediados del siglo XIX.

Como poder olvidar a tantos valientes de esta tierra que guiaron por la senda de la gloria a sus hermanos al combate en los campos de batalla, escribiendo en los anales de la historia nacional páginas gloriosas, llenas de un heroísmo sin par bajo sus invictos lábaros.

Descendientes de esos mismos guerreros que vertieron su sangre en los llanos de Maipú, Tarpellanca, Cerro de Pasco y Macaconai, fueron los héroes de Los Loros y Cerro Grande, y los progenitores de los denodados guerreros de San Francisco, Tacna, Chorrillos, Miraflores, Balconcilloii, durante la Guerra del Pacífico.

De esta legión de pundonorosos oficiales que nacieron en estos lares coquimbanos y de las filas del Ejército Constituyente hoy recordamos al coronel, don Balbino Comella Álvarez, jefe de avanzada del glorioso Ejército de don Pedro León Gallo durante la revolución de 1859.

Comella nació en La Serena en 1830. Fueron sus padres don José Comella y doña Rosa Álvarez. Cuando estalló el 7 de septiembre de 1851 la revolución en esta ciudad, fue uno de los primeros voluntarios en acudir al llamado de las autoridades revolucionarias de la provincia y a pesar de su corta edad fue nombrado oficial del Ejército de Coquimbo. Unidad irregular con la que los revolucionarios pretendían sacudir el yugo administrativo impuesto según sus convicciones por la tiranía conservadora del gobierno centralista de don Manuel Montt.

Durante el desarrollo de las operaciones militares de esta asonada revolucionaria, Balbino Comella fue nombrado capitán del Batallón Restaurador, bajo el mando del teniente coronel graduado don Venancio Barraza, con cuya unidad marchó hacia el sur en demanda del Ejército Gobiernista formando parte de la División Revolucionaria, “Coquimbo” que comandaban el general don Justo Arteaga Alemparte y don José Miguel Carrera Fontecilla; hijo del general de la Independencia del mismo nombre.

La División de Coquimbo o Ejército del Norte como pomposamente se hacía llamar estaba compuesta por 600 hombres entre oficiales y tropas e integrada por las tres armas de la época. La oficialidad la conformaban los hijos más ilustres de la provincia que voluntarios acudían a engrosar las filas de la fuerza militar que los llevaría a la victoria y a la unión con las fuerzas del general de la Cruz que venían desde Concepción contra la capital. La división del norte salió de La Serena rumbo Ovalle para terminar en esta ciudad los preparativos para emprender la futura campaña y completar a su vez las unidades con las nuevas fuerzas reclutadas en los alrededores.

El 28 de septiembre de 1851, por la tarde, después de reunirse al resto de las fuerzas enviadas desde La Higuera; la División del Norte se puso en marcha desde Ovalle, llegando a la localidad de Punitaqui al anochecer de ese mismo día, donde pernoctaron según la memoria colectiva en el actual Pueblo Viejo, después de haber atravesado el agreste llano que separa ambas localidades y donde quedaron incrustadas entre los guijarros las suelas de los zapatos de los soldados. En este punto se unió a la división el General en Jefe, don José Miguel Carrera y su Estado Mayor a las diez de la noche, proveniente de La Serena.

En esta última localidad El Ejército del Norte estuvo acantonado cerca de cuatro días y sólo el 1 de octubre se pusieron en movimiento rumbo a Illapel, después de haber realizado la noche del día 30 un pequeño simulacro de guerra donde quedó demostrada la falencia de la tropa en la práctica de tiro y en el ejercicio escuela.

Sin embargo, la marcha se inició el 1 de octubre después del mediodía con bastante esfuerzo al tener que repechar la cuesta de Los Hornos, hoy conocida como cuesta de Los Mantos, hasta alcanzar la posesión del Huilmo o Zapallo, a la altura de la actual localidad de Media Luna, distante a cinco leguas de Punitaqui, donde establecieron su campamento. En esta segunda jornada los soldados ya iban casi descalzos, pues habían dejado incrustados entre los guijarros de los estrechos senderos las frágiles suelas de sus calzados, incidente ya mencionado en un párrafo anterior.

A las 6 de la mañana del día 2 de octubre los revolucionarios levantaron su tienda y después de un breve rancho matinal emprendieron la marcha hacia el sur, cruzando los solitarios parajes de las estancias de Manquehua y Quilitapia, donde vivían escasos lugareños en miserables ranchos a orillas de pequeñas aguadas; para luego pernoctar esa noche en la Hacienda de Peñablanca, propiedad en ese entonces de don Jacinto Vázquez, partidario del presidente Montt. En esta antigua fundición se encontró forraje suficiente para la caballada y refugio para que la tropa no durmiese a la intemperie.

La jornada del 3 de octubre fue mucho más ingrata ante la presencia natural de la cuesta Valdivia y al temor de ser atacados por fuerzas de gobierno enviadas desde Illapel a cortarles el paso en su marcha hacia el sur. Pero felizmente llegaron a Illapel sin mayores dificultades después de haber sido atacados furiosamente por un fuerte aguacero primaveral muy extraño en esta época por esas latitudes.

Ante la presencia de la División de Coquimbo las fuerzas de gobierno se retiraron al sur, olvidando su fácil victoria que habían obtenido sobre la avanzada de Vicuña Mackenna el mes anterior a las puertas de Illapel. Donde las tropas revolucionarias bisoñas y carentes de disciplina y de armas fueron fácilmente derrotadas y dispersadas por las fuerzas militares del Gobernador de Combarbalá, Campos Guzmániii.

Retomando los antecedentes biográficos del entonces capitán Balbino Comella, oficial del Ejército del Norte en 1851 lo dejaremos hasta la ocupación de Illapel por las fuerzas de Carrera y Arteaga, por la simple razón que este departamento sería su teatro de acción años más tardes, como teniente coronel del Ejército Constituyente de don Pedro León Gallo durante la Revolución de 1859.

La División de Coquimbo continuó su marcha hacia el sur después de la ocupación de Illapel, pero finalmente fueron derrotados en la batalla de Petorca por una unidad del ejército gobiernista al mando del coronel don Juan Vidaurreiv, el 14 de octubre de 1851, quien se enfrentó a ellos con mejores armas y soldados de línea.

Los revolucionarios tuvieron en esta acción 30 muertos, 42 heridos y 313 prisioneros junto con 30 oficiales, entre ellos el capitán Balbino Comella. Los gobiernistas por su parte tuvieron cinco muertos y 20 heridos de un total de 940 hombres que entraron en combate.

Los prisioneros revolucionarios hechos en la batalla de Petorca y entre ellos nuestro biografiado, fueron trasladados a pie hasta La Ligua, donde gracias a una estratagema lograron fugarse por el camino cinco de ellos.

Los cinco oficiales evadidos de La Ligua (Comella, Chavot, Pozo, Lazo y Álvarez)v, lograron alcanzar la hacienda de Limáguida cerca de Illapel, donde se reunieron junto a otro grupo de fugitivos que habían pernoctado en la Hacienda de San Lorenzo en el departamento de La Ligua, donde había llegado horas antes el legendario guerrillero, natural de Lagunilla (Ovalle), José Silvestre Galleguillosvi a reunirse con don Pedro Pablo Muñoz, que ahí se había refugiado junto a los oficiales Turre Sagástegui, Francisco Varela y al capitán de caballería Aniceto Labra, los cuales resolvieron después de un breve consejo partir en el acto hacia La Serena.

Los fugitivos continuaron su peregrinación por esas altas serranías en consorcio hasta la hacienda de Quile, antigua estancia jesuita en la actual comuna de Punitaqui y vecina a Ovalle, y en donde se encontraba oculto desde el día anterior el Gobernador de esta última don Vicente Larraín, quien se había topado un día antes en su huida, con Carrera, Arteaga y otros oficiales derrotados en Petorca a la altura de Salala, que marchaban hacia Tongoy para entrar a la ciudad sitiada de La Serena por el camino de la costa.

En la estancia de Quile, propiedad de la familia Varela en esa época y partidarios de la revolución, acordaron los rebeldes acudir en apoyo de los valientes defensores de la ciudad sitiada, para lo cual tuvieron que separarse en dos grupos para entrar a ella y burlar de esta forma la vigilancia del Ejército Gobiernista.

Balbino Comella junto a un pequeño grupo de oficiales viajó directamente a dicha ciudad, mientras que don Pedro Pablo Muñoz, José Silvestre Galleguillos y el capitán Labra se dirigieron a La Chimba, con la intención de asaltar la villa de Ovalle y luego marchar en demanda de La Serena por la ruta de Río Hurtado, objetivo que alcanzaron sin mayores obstáculos. Durante el sitio de esta ciudad se desempeñó como Comandante de la trinchera número 1, con el grado de Sargento Mayor graduado.

Después del glorioso sitio de La Serena y el total sofocamiento del movimiento revolucionario, los principales caudillos fueron procesados y desterrados. Comella fue desterrado al Perú, en donde cultivó la amistad con el eminente escritor y clérigo peruano Francisco de Paula González y Vijil, pensador tacneño más tarde excomulgado por el Papa por sus escritos considerados subversivos para la época.

De regreso a su ciudad natal, Balbino Comella se afilió a la causa revolucionaria de 1859 después de la victoria de Los Loros, recibiendo el grado de teniente coronel del Ejército Constituyente de manos de don Pedro León Gallo y enviado con 50 hombres de caballería a Illapel como fuerzas de avanzada con el fin de vigilar los movimientos del ejército adversario y tratar de obtener entre el vecindario algunas armas y pertrechos de guerra. Desgraciadamente el comandante Comella no pudo cumplir a cabalidad su cometido, pues algunos carabineros del escuadrón de Montalva cuya defección en la batalla de Los Loros había permitido la fuga de parte de las fuerzas de gobierno derrotadas, para cometer abusos contra la población y que el comandante Comella no pudo reprimir a tiempo por cuanto las tropelías las realizaron lejos del alcance de su gente, pero una vez presos fueron severamente castigados.

El comandante Comella, tomó finalmente posesión de Illapel y con su presencia en esa región desorientó a las fuerzas de gobierno y a sus agentes, cumpliendo de esta forma sigilosamente con el plan trazado por don Pedro León Gallo, de distraer al adversario mientras él organizaba en La Serena nuevas unidades militares con armas requisadas de entre los vecinos.

El gobierno por su parte temeroso que el Caudillo del Norte avanzara con sus tropas hacia el sur, envió hacia Los Vilos un fuerte contingente con el fin de establecer su campamento en ese lugar y detener la avanzada de Comella, pero dicho oficial revolucionario actuó subrepticiamente, prestando muy especiales servicios a la causa constituyente y manteniendo a la vez en permanente alarma a las fuerzas del gobierno.

Finalmente, ante el avance del enemigo con fuerzas muy superiores el Teniente Coronel Comella abandonó Illapel y se replegó con las suyas hacia el norte, lo mismo que haría más tarde el coronel Pedro Pablo Muñoz desde Ovalle y un poco antes que el Ejército Constituyente sufriera la derrota de Cerro Grande el 29 de abril de 1859, a mano de las fuerzas de Gobierno mandadas por comandante Vidaurre.

Después de la derrota de Cerro Grande, Comella siguió la suerte de su jefe y ambos emigraron a la República Argentina, tomando el camino de río Turbio por la hoya del río Elqui que era el paso obligado hacia las regiones trasandinas. Las fuerzas derrotadas en su paso por el valle trataron de hurtar algunos animales en las haciendas vecinas, produciéndose al mismo tiempo más de algún tiroteo con los soldados de la unidad cívica de dicho departamento, teniendo como resultado el lamentable asesinato de don Juan L. 2° Rojas, administrador del fundo de don Ramón Herrera, el 1 de mayo a las 4 de la tarde a orillas del río Elqui. Luego los revolucionarios capturaron algunos connotados vecinos, los cuales fueron puestos en libertad en el camino antes de internarse en el boquete andino.

El comandante Comella y el Caudillo Copiapino una vez llegados a al país vecino, el cual les brindó acogida, se relacionaron con hombres tan ilustres como Mitre y Sarmiento, gracias a su esmerada educación y su visión que tenían del mundo. Juntos recorrieron Estados Unidos y Brasil.

De regreso de este viaje, arribó más tarde al Perú, desde donde volvió a Chile hacia 1863. Pero en 1865 nuevamente retorna a este país, debido al conflicto surgido con España, ahora formando parte de un grupo selecto de oficiales chilenos instructores que el Gobierno de Chile envió al país del Rimac ante la agresión hispana Estos oficiales fueron trasladados al Callao en el transporte Dart al mando del capitán de fragata, don Patricio Lynch.

Una vez en este país del norte, Comella tomó parte en las filas del general don Mariano Ignacio Pradovii, en el derrocamiento de Pezetviii. Luego, éste convertido en presidente del Perú lo nombró teniente coronel del ejército peruano y más tarde su edecán hasta 1879, cuando tuvo que retornar a La Serena a causa del estallido de la Guerra del Pacifico. Los trabajos fortificados del Callao estuvieron instalados y supervisados por este coronel serenense, amigo íntimo del presidente, a quién le había salvado la vida en un motín de cuartel interponiéndose entre él y el soldado asesino que le disparó a quemarropa. El bravo oficial chileno recibió la bala en la cara y le atravesó ambas mejillasix.

Llegado Prado a la presidencia le ascendió a coronel y le nombró edecán como se dijo anteriormente y, para aumentarle la renta, le hizo Inspector de los fuertes del Callao. El coronel Comella era uno de los pocos oficiales chilenos sobreviviente de ese puñado de instructores enviados a ese país ante el conflicto con España y que se encontraba aún en el país vecino, al momento del estallido de la Guerra del Pacífico.

Además del papel preponderante que jugó el Coronel Comella en la organización de la defensa del puerto del Callao junto a otros oficiales chilenos y extranjeros, no hay que olvidar que muchos de ellos ofrendaros su vida por la causa americana contra una potencia extranjera que quiso subyugar a esa nación hermana y bajo el fuego de los poderosos cañones de la Armada Española a que fue sometido el puerto del Callao y en forma especial contra La Torre de La Merced, donde cayeron inmolados el capitán J. Díaz y el teniente Juan Felipe Machuca, ambos oficiales chilenos, junto al lado del Ministro de Guerra del Perú, coronel don José Gálvez, del coronel de ingenieros colombiano don José Cornelio Borda, del jefe de la torre coronel graduado don Enrique Montes y del capitán de artillería chileno don Juan Salcedo, fuera de otros oficiales peruanos, quienes se inmolaron junto a una veintena de valientes ese glorioso 2 de mayo de 1866.

Al iniciarse las hostilidades entre Chile y la Alianza, Comella se retiró a La Serena, donde vivió con su familia en su casa ubicada frente a la Plaza de Armas, sin ocuparse de la guerra, debido a su avanzada edad y a la dolencia de sus heridas11 y al compromiso de honor contraído al ausentarse del Perú con su amigo el Presidente Prado. Sus últimos días los dedicó a la minería en la zona.

Según el Historiador don Francisco Antonio Machuca cuenta que el héroe tenía como comensal diario a su cuñado don Eduardo Marx, hombre de acción, patriota entusiasta y vehemente y que una vez iniciada la Campaña de Lima, no pudo contenerse, marchó a Lurín al lado del Coronel Lagos, su querido compadre, a quién sirvió de ayudante en las batallas de Chorrillos y Miraflores, escapando ileso, aunque transmitió las órdenes de Lagos sobre las líneas de fuego durante estas rudas acciones de guerra. Marx reunió en un memorando las conversaciones habidas con el coronel Comella y lo envió a su compadre Lagos a Santiago, apenas operada la ocupación del litoral. Tradujo con fidelidad el plan estratégico de Prado, relativo a la Escuadra.

Falleció en La Serena el 22 de octubre de 1890 de una enfermedad al corazón, a las dos de la tarde en su casa de la calle San Agustín.

Nuestra tradición oral sin embargo aún conserva el nombre dado a algún cerro en memoria del paso de la avanzada del comandante Comella, oficial del Ejército Constituyente, como nos dijo un día un anciano en el sector de Manquehua en una armónica plática, “esa localidad se llama Centinela porque en ese cerro (apunta con su índice) estuvo apostado un soldado de caballería del Ejército de don Pedro León Gallo”.

Bibliografía

-Francisco Antonio Machuca: Las Cuatro Campañas de la Guerra del Pacífico. Tomo I. Imprenta Victoria; Valparaíso, 1928.
-Benjamín Vicuña Mackenna: Historia de los Diez Años de la Administración de don Manuel Montt. Levantamiento y sitio de La Serena; Imprenta Chilena. Santiago 1862.
-Pedro Pablo Figueroa: Historia de la Revolución Constituyente (1858-1859); Imprenta Victoria, 1889.
-Oriel Álvarez Gómez: Atacama de Plata; Santiago, 1979.
-Jorge Basadre Grohmann: Historia de la República del Perú; Tomo 5, El Comercio; Perú, 2005.
Datos rescatados de la memoria colectiva por el autor en terreno.
-Estanislao del Canto: Memorias Militares. Centro de Estudio Bicentenario; Chile, 2004.
-J. Varela Ramírez: Reseña Histórica de Elqui, Imprenta Moderna; La Serena, 1921.
Datos obtenidos del Registro Civil: Defunciones. N°-17-1890-2009 (Adolfo Espíndola).

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