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MARICAN: Héroe legendario del pueblo ancestral

Por Arturo Volantines

En la Historia del Huasco, L. Joaquín Morales da cuenta exhaustivamente del asunto; cuenta ciertos detalles desde la llegada de los orejones —emisarios y familiares del inca— y de Diego de Almagro. Estos sucesos si bien son breves están muy connotados por el historiador; hecho que seguramente lo instó a realizar un drama artístico. También, Manuel Concha lo señala al comienzo de su Crónica de La Serenai, y comparte la similitud de los sucesos que rodearon la cruel matanza. difiere solo en cantidad de asesinados, y comparte que el lugar de los hechos sería el Huasco. El texto de Concha coincide con: Descubrimiento y Conquista de Chileii de Miguel Luis Amunátegui, y se contrapone a la versión de Claudio Gay en el primer tomo de su Historia de Chileiii.

Otro asunto capital es que ninguno de estos historiadores se refiere a los indígenas como “diaguitas”; incluso, los llaman “ulmenes”iv, que se acota a los mapuches (padre Luis de Valdivia y otros). Esto nos hace considerar la imprudencia de llamar exclusivamente diaguitas a los pueblos del Norte Infinito. Aunque, esto es una cuestión de etnónimo. Pero, la omisión de los anteriores historiadores señalados, nos dice que tenemos que tener cautela al respecto.

Por lo anterior, se trata de un hecho historiográficamente importante e impactante, que hoy resuena. Sin embargo, el asunto es rastrear aspectos artísticos y sus implicancias éticas y estéticas, de cómo vive esto en lo contemporáneo e incide sobre nuestro ser. No se trata de Atenas sino de Medea. Y, aquí, no se trata meramente del Huasco sino de Marican. O sea, se trata de una obra de arte, de la proyección de esta.

Marican es obra de teatro en tres actos, escrita en versos que ganó los Juegos Florales de Copiapó (1912). Anteriormente, L. Joaquín Morales había publicado: Historia del Huasco (1896)v e Higiene práctica de los mineros (1893)vi. Es asombrosa y prodigiosa su escritura recopilativa. En Historia del Huasco pone acento en un sinnúmero de hechos locales que florecen la identidad del norte. En el segundo, su maestría y dominio del tema le otorga ser primerísimo en estudiar y publicar un libro referente a la salud minera en Chile. Y, especialmente, del minero de estas provincias.

Morales posee mucha capacidad de observación, de ver lo que aporta hacia el futuro: es un clarividente de los nuevos tiempos. Esto mismo, nos hace pensar que esta obra es continuadora de las anteriores respecto a su afán de ilustrar el destino del norte desde sus raíces. Marican es un canto de la cimentación del ser atacameño, de férrea defensa de la originalidad, de una manera de estar en el mundo.

La primera escena tiene diez actos, donde una comitiva de orejones viene a anunciar la llegada de Diego de Almagro, pero todo esto se enmadeja por el amor que surge de parte Maricunga —la hija de Marican– con un orejón. El segundo acto, también tiene diez escenas, donde arriba Diego de Almagro con su ejército al Huasco a imponer un nuevo orden y religión. El tercero, tiene nueve escenas, donde Marican es apresado y sucumbe con otros caciques en la hoguera.

Indudablemente, esta obra hay que verla desde la misma obra; entrar a ella como se entra a una casa, a una ciudad, a un valle. Allí viven estos hechos; se pueden ver a sus personajes, vivir con ellos.

Por ejemplo, vislumbro a Maricunga: encandilada y bella y, por sobre el apego, está su deseo de seguir viviendo. Chirica es el orejón que enamora a Maricunga, pero los caciques saben que es artilugio; ya que ven a los orejones como traidores. Para salvar a su amor y salvarse de la horca, Chirica, acude a Chihuinto —que es un fiel servidor del cacique—, a cambio, se compromete a interceder por la vida de este ante Almagro. Como un sándwich, antes de esta poiesis está la historia y después, también.

Se puede concebir lo que está sucediendo en esta comarca o cosmos. Es una situación conmovedora. En la actitud de Marican transita la tensión que tiene este sobre sus hombros, sobre su destino y la claridad de la forma de ser de su pueblo. Asume su deber; hacer lo que hace, no por él sino por el valle: de oponerse severamente a la barbarie; de no aceptar la justificación al amparo de una religión: al proceder y la maldad legitimada por los conquistadores.

Es posible en la obra, hablar con los habitantes del valle. Por eso sabemos cómo eran y cuánto se parecen a nosotros: los contemporáneos de Marican, Maricunga, Tatara, Coluba, Atuntaya, Moroco y los otros. También, es posible dialogar en la obra con los invasores: Almagro, el cura Molina, Chirica —los orejones— y los demás usurpadores.

Por arriba del drama que aquí se desata, se puede encontrar lo sincrónico: el amor, la solidaridad, la valentía, la responsabilidad. Pero, también: la ambición, la maldad, la justificación en nombre de Dios. Se puede oler y otear la atmósfera: trauma que se vive cuando llegan los invasores. Y, que aún persisten de otra forma: así el consumismo y la enajenación.

Pero, tal vez, el mejor aporte de esta obra es el testimonio de Marican por su tierra, por su ethos, por su cosmovisión; por su forma de vivir y convivir primigeniamente en conciencia con el medio. Es una propuesta tremendamente moral: un gran desasosiego de poner énfasis —en lo que iba a ser el mayor riesgo de la sociedad— en el respeto por el sustento: equilibrado, soberano y en concordancia con el medio ambiente. Más allá de la barbarie, esta es un canto para resguardar el valle.

La obra puede ser cronística —como tan bien lo hace Morales—, puede ser, además un texto de poesía, pero no es propiamente obra clásica de teatro, aunque tenga diálogos. Es una obra híbrida, epocal, influenciada estéticamente por el siglo XIX. Se puede rastrear en Guillermo Matta, en Rosario Orrego, en Carlos Walker Martínez; en los rasgos de la generación única —romántica—, y prodigiosa de Atacama. Otros rasgos comunes y evidentes son las versificaciones y las rimas que no son rigurosas, pero tampoco importan mucho. Importa, el ritmo interno y la intencionalidad verbal. Podemos pesquisar el énfasis poético del autor.

Ocupa también un lugar importante la atmósfera medio ambiental del Huasco, que está cerca del mar; de las leyendas y de la lengua autóctona: en cuanto a los nombres propios y los topónimos que aún, siglos después, perviven. Otro recurso, indudable, es la titulación: Marican (sin acentuación), que también podría ser Maricán, Maricande, Me(a)rcandei. Se ha hablado del linaje del gran cacique. En varias bibliografías hay referencias a sus descendientes, que siguieron luchando contra el invasor: ajusticiaron al capitán Juan Bohon y quemaron la ciudad de La Serena.

Especial connotación tiene el trato que Morales le da al yanacona, al orejón, al traidor. Es, tal vez, donde no concede: en su lenguaje y en su compromiso; dice su opinión sobre los precursores del Norte Infinito. No traiciona a su pueblo ni a sus raíces.

Con esta edición homenajeamos también a los grandes hombres y mujeres del valle del Huasco. Entre ellos, a Bernardino Barahona que encabezó la Revolución de los Libres de 1851vii; a José Antonio Peña, que pagó con su vida el triunfo de la batalla de Los Lorosviii, en la revolución de 1859; a Pedro Antonio Martínez, el primer soldado del glorioso regimiento Atacama en 1879ix. Son muchos los hombres y las mujeres del Huasco que han hecho grandes hazañas y sacrificios por Atacama. Ha sido noblemente enorme su hermandad con Copiapó. Estos pueblos son garantes que vendrán tiempos mejores.

Por ahora esperamos, en lo próximo, que este maravilloso canto literario también cobre vida en el scenarium.

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